“Las
mujeres comunes, no las militantes como nosotras,
han percibido que el mercado,
que el modelo hegemónico,
no les va a garantizar ciertos derechos”.
Nalú Faría,
referente de la Marcha Mundial de Mujeres de Brasil,
en V
Curso de Teoría Política Latinoamericana de la Escuela José Carlos Mariátegui
Genealogía del Patriarcado
Analizar los orígenes de la dominación masculina sobre las mujeres, plantea la duda acerca de si es necesario sexuar
el pasado o no, es decir, indagar quién hacía cada cosa y porqué.
Ocurre que hacerlo nos permite conocer cómo el ser humano pasó de una
clara diferencia biológica a una división sexual del trabajo y la posterior
dominación. El hecho de dar vida, esta primera división del trabajo en función
del sexo, no implica la explotación de un sexo sobre otro ya que puede paliarse
evitando la existencia de asimetrías en el reparto de trabajo. Ha sido el
patriarcado quien legitima e institucionaliza una relación de dominación,
inscribiéndolo en una supuesta naturaleza biológica. Son las mujeres las que al
criar, producen los futuros sujetos sociales destinatarios del trabajo humano.
Los primeros encuentros sexuales de los que se tiene constancia son
entre Neardenthales y Sapiens, hace 65.000 años.
Aunque es muy difícil conocer a ciencia cierta cómo eran las relaciones
económicas, sexuales, sociales en las primeras etapas del ser humano, si nos
remontamos al Paleolítico la autosuficiencia era igual en hombres y en mujeres,
con una repartición similar entre todos los miembros del grupo.
Existía cooperación. La educación de las crías era asumida por el grupo;
aunque es muy probable que la aparición del protolenguaje se debiese a las
mujeres. Apenas era conocida la paternidad; las relaciones sexuales no eran
controladas por la comunidad, eran relaciones más o menos libres y aunque
existían implicaciones emocionales, debido por ejemplo a la forma de mantener
relaciones cara a cara (único en bonobós y en humanos) y que las relaciones no
eran duraderas en el tiempo, el único parentesco conocido era la maternidad.
Las hembras copulaban con varios machos y no se conocía la relación entre coito
y embarazo.
Se tiene constancia de que la recolección fue vital para el grupo, y la
caza, al contrario de lo que se cree, fue en la mayoría de las ocasiones para
complementar la ingesta de vegetales. Sobre la caza también se ha dicho mucho,
como que era cosa de hombres: Ni era la actividad más importante ni estaba
asumida solo por hombres. Las mujeres y los hombres en un principio
carroñeaban, ya que no se tenía un metabolismo adaptado para cazar. Y a medida
que sus cuerpos se fueron adaptando ambos sexos compartían la tarea de
conseguir alimento matando a otros animales.
Con el paso de mucho tiempo y tras perfeccionar la caza, esta pasó a ser
la actividad principal para conseguir alimento en épocas de escasez de recursos.
La recolección devino necesaria para alimentar a los machos en sus expediciones
para conseguir alimentos, con lo que las mujeres alimentaban a los hombres, y
los hombres al grupo entero. Además los machos se convirtieron en personas
entrenadas y vigilantes que acostumbraban a expresar agresividad.
Del sexo sin necesidad de monogamia,
pasamos a una sociedad basada en parejas, debido al conocimiento de la
paternidad. Ya en el Neolítico, con la ganadería, las sociedades apreciaron cómo
cuando separaban a las hembras de los animales machos, estas no se quedaban
embarazadas.
Ahora, que los hombres sabían quiénes eran sus hij@s, y con la
agricultura asentada, la propiedad privada cobró más fuerza. Les interesa
aprovechar la fuerza de trabajo de sus hijos/as para cultivar sus tierras y
explotar sus recursos. Todas las investigaciones apuntan a que la mujer o
inventó o perfeccionó la agricultura. Cuando sus cultivos agotaban los suelos,
el grupo debía trasladarse de sitio, por
lo que el registro arqueológico demuestra cómo el Patriarcado se asentó antes
en sociedades instaladas cerca de los deltas de los ríos, que autoregeneraban
el suelo, ya que para trasladarse era un inconveniente cargar con crías. Sin
embargo, en las sociedades con recursos interesaba que la mujer tuviese hij@s.
La familia (de famulus: conjunto de
bienes del patriarca), aparece, y debido a su potencial económico destierra a
las sociedades que apostaban por huir de la monogamia y que practicaban la
cooperación de todas las personas. Como se verá, el patriarcado aparece ligado a los orígenes de la acumulación
capitalista. La simbología es muy importante en todo este proceso. Los
antepasados de estas sociedades ya conocían el ciclo menstrual y lo
relacionaban con la luna. A partir del asentamiento del patriarcado se le
comienza a dar más importancia al sol (por su relación con la agricultura). Es
decir, esta simbología nos muestra la gravitación de la economía y el aumento del
poder en el desarrollo de las sociedades.
Al analizar esqueletos de individuos sujetos a este tipo de
organización, comprobamos cómo los dedos del pie de la mujer, sobre todo el
dedo gordo, ha sufrido la pérdida del cartílago (debido a la postura que
ejercían al agacharse a moler grano).
Y si observamos a muchos individuos, es curioso cómo en los hombres
aparece una hendidura en la rótula, lo que indica que pasaban mucho tiempo con
las rodillas flexionadas (sentados), lo que casi no aparece en las mujeres:
debido a que después de la jornada laboral estos podían descansar, mientras que
la mujer tenía que encargarse de otras labores.
Un gran error a la hora de criticar la dominación del hombre sobre la
mujer, y su limitación al plano doméstico, es ver estas actividades como el
mantenimiento de l@s hij@s, solamente como necesario para la subsistencia, pero
no como lo que verdaderamente es; una actividad económica. La mujer trabajaba
tanto dentro como fuera de casa, aunque las unidades domésticas no eran iguales
a como son ahora, sería muy injusto considerar estas actividades simplemente
como “actividades familiares o domésticas”. En esta nueva etapa de organización
social, se tiene constancia de que l@s niñ@s con 10 años ya trabajaban en el
campo, y se conocían métodos para que la mujer tuviese más hij@s (se han
encontrado figuras que mostraban a dos individuos imitando posturas sexuales que
observaban en los animales)
La agricultura dio lugar a nuevas formas de relacionarse, y a la
acumulación de bienes (animales, utensilios, etc.), lo que llevó a la aparición
de rangos y jerarquías. A mayor acumulación de bienes se ganó mayor peso social.
Tanto el esclavismo, como el feudalismo y el capitalismo - con variantes
particulares - sostuvieron estas estratificaciones sociales y de género.
Del Voto Femenino a
las piqueteras
Plantear el tema del cambio de rol de la mujer en
la sociedad argentina en los últimos cincuenta años exige establecer
previamente la existencia de una doble imagen: aceptar, por una parte, la
actividad habitualmente silenciosa pero indudablemente importante de la mujer
en la cotidianeidad, como resultado de una estructura tradicional que le
asignara el rol de artífice y sostén del hogar y de la crianza de l@s hij@s, y
reconocer, por otra parte, su lucha infatigable para obtener un lugar
destacado, semejante al del hombre, en la organización institucional del país.
Desde una visión simplista, el hecho que suele
aparecer como punto de inflexión y que marca una modificación sustancial en la
inserción de la mujer en la vida institucional argentina es la obtención del
voto femenino, a partir de la sanción de la ley 13.010, en septiembre de 1947,
la cual había sido alentada por el peronismo desde su campaña electoral previa
a las elecciones de 1946, en las que conquistara el gobierno por primera vez, y
que había servido, durante su tratamiento en el Congreso Nacional, de tema
recurrente en muchos de los discursos del Presidente y de su esposa. En
especial era ella quien insistía con la pronta sanción de esa ley, que se había
transformado en uno de los objetivos primordiales de su prédica, lo que sumado
a su infatigable lucha por los derechos sociales le valió ser reconocida por el
nombre con el que finalmente alcanzaría la inmortalidad y la estatura mítica: Evita.
No era éste, sin embargo, el primer proyecto que
consideraba la posibilidad de otorgar a la mujer una paridad de derechos
políticos con el hombre. Había existido, en 1927, en San Juan, durante la
gobernación del Dr. Cantoni, una ley que otorgaba el voto femenino y gracias a
la cual, en 1934, la Dra. Ema Acosta
había logrado acceder a una diputación; y en los veinte años anteriores al
proyecto de ley de 1947 se habían presentado una variada cantidad de iniciativas
al respecto que, sin embargo, no habían resultado exitosas. Pueden citarse,
entre ellos, los del Dr. Alfredo L. Palacios en 1915, basado en estudios de la
Dra. Dellepiane, de la agrupación
femenina "Juana Manuela Gorriti", solicitando los derechos
civiles de la mujer, y los de 1919, 1922, 1925 y 1929. En 1926, la sanción de
la ley 11.357 derogó las disposiciones de las Siete Partidas y las Leyes de
Toro, impuestas en el Nuevo Mundo por los españoles y que habían reglado
durante cuatrocientos años las relaciones entre los sexos. Gracias a esta ley,
se empezó a homologar en el terreno jurídico la situación de la mujer respecto
del hombre, y se dictaminó que las mujeres solteras, casadas o viudas quedaban
habilitadas para los actos de la vida civil e igualaban sus derechos con los de
sus padres, hermanos, maridos e hij@s.
Esta aparente equiparación no pasó de ser un acto
de voluntarismo, y fue más declamativo que real. En el plano político la mujer
continuaba sin tener la menor opción, ya que la sanción de la Ley Saénz Peña en
1912, decretando la obligatoriedad del sufragio, lo había delimitado al padrón
masculino. Numerosas asociaciones reclamaban desde entonces el derecho al voto,
entre ellas la Asociación Pro Derechos
de la Mujer (1918) en la que participaban médicas, abogadas, maestras,
profesionales y doctoras en filosofía, con prescindencia de sectarismos
políticos, conducidas por Elvira Rawson
de Dellepiane, y el Partido
Feminista Nacional, dirigido por la Dra. Julieta Lanteri de Renshaw, quien hasta intenta enrolarse y se
presenta como candidata a diputada en el simulacro de elecciones de 1920.
La década de los 60 trajo aparejados grandes
avances mundiales en la problemática de la mujer. La sociología, la
psiquiatría, la política, pusieron ya definitivamente en tela de juicio su
espacio tradicional, y fueron abriéndole, no sin dolor ni lucha, nuevos campos
de expresión en lo humanístico y lo científico.
La psiquiatra Marie
Langer, planteaba visionariamente en 1973: "Corremos el riesgo de romper la familia. ¿Pero es generalmente
una institución tan sana? Nosotros, los psicoanalistas, que vivimos de los
errores cometidos por la familia en la infancia de nuestros pacientes,
deberíamos haber sabido cuestionarla tiempo atrás".
El golpe militar de 1976 supuso un retroceso a remotas eras de
oscurantismo. La política ideológica que tuvo la dictadura militar hacia las
mujeres se centraba en la exacerbación de los roles
estereotipados de género existentes en la sociedad capitalista patriarcal:
se exaltaron las funciones reproductivas y domésticas, relegando a las mujeres
al espacio privado, pero otorgándoles supremacía en tanto garantes de la unidad
familiar, como “célula básica de la sociedad”. La dictadura, también, consolidó
el modelo dicotómico de “virgen o prostituta”, resignificado en la oposición
del modelo mariano representado en la Virgen de Luján contra el de la
subversiva que transgredía la supuesta esencia femenina.
De las mismas atrocidades del régimen surgiría el más relevante movimiento de resistencia
contra el mismo. Se trató de un grupo de mujeres, la mayoría sin preparación
política previa, cuyos hijos habían desaparecido durante los primeros tiempos
de la represión. Comenzaron a recorrer despachos oficiales e institucionales,
incluidos los eclesiásticos, en busca de una ayuda o una respuesta respecto al
paradero de sus hij@s. En determinado momento coincidieron en la Plaza de Mayo,
frente a la Casa de Gobierno, de donde fueron expulsadas bajo la orden de
"Circulen", con la cual se evitaban las reuniones prohibidas por el
estado de sitio. En aparente obediencia a dicha orden, comenzaron a caminar en
círculo por el perímetro de la plaza, y decidieron repetir la experiencia en
las semanas subsiguientes hasta obtener una respuesta. Era el 30 de abril de
1977, y acababan de formarse las "Madres de Plaza de Mayo",
originalmente lideradas por la obrera metalúrgica peronista Azucena Villaflor de Devincenzi,
oriunda de Avellaneda.
Algunos cientistas sociales hipotetizaron que la
preeminencia masculina en la conducción de las organizaciones revolucionarias
que enfrentaron a la dictadura instaló una predisposición negativa ante la
figura del varón por parte del régimen, aventurando que la de madres o hermanas
gozaría de mayor respeto a la hora de reclamar contra los apremios ilegales. Este
movimiento representó el quiebre más importante en el rol de la mujer en las
últimas décadas. Mujeres de hogar, simples amas de casa, encabezaban un frente
de oposición silencioso y pertinaz, detrás del cual se encolumnaron
paulatinamente políticos, intelectuales y personalidades del país y del
exterior. Del apodo despectivo de "las locas de Plaza de Mayo"
pasaron a obtener respeto y consideración internacional. Puede decirse que
desde la época de Eva Perón no se había producido una aparición tan fulgurante
de la mujer en la vida pública del país.
Las mujeres militantes - que
tenían una actividad política destinada a subvertir el orden social - serían
consideradas por el gobierno de facto como elementos transgresores altamente
peligrosos, no sólo por su militancia contra el orden establecido, sino en
tanto encarnaban una ruptura con los roles de género tradicionales. Esto es
lo que explica por qué, el terrorismo de Estado incluyó objetivos y métodos de
represión específicos contra las mujeres, que podríamos describir como de
“disciplinamiento de género”, que incluyó la violencia sexual como uno de sus
aspectos más brutales y significativos. Mientras la violación de los varones
operaba como destituyente de la masculinidad del “enemigo”, transformándolo en
“subordinado”, “feminizándolo”, la violación de las mujeres simboliza
la ocupación del territorio, la soberanía de los dominantes (que emula el
derecho de pernada del antiguo señor feudal)
El
sustrato de aquella violencia genocida se repite en cada femicidio. Este disciplinamiento que intenta “encausar” a las
mujeres en los roles socialmente establecidos es el mismo que opera detrás de
todas las formas de violencia de género. En cada femicidio, las huellas de la agresión son una advertencia a las
otras mujeres. Disciplinar, silenciar, controlar es el mensaje dirigido
a las otras mujeres que observan estos crímenes aterrorizadas.
Mujeres
que “deben aprender” la lección que el criminal deja estampada en el cuerpo de
la víctima, como las campesinas de la Edad Media, que eran sometidas a
presenciar la quema de “brujas” (esas otras mujeres que sabían curar, ayudaban
en los partos y en la prevención de embarazos a las pobres, algo que la Iglesia
y las clases dominantes no estaban dispuestos a permitir) Demostrar - por la fuerza
brutal, el ensañamiento, la furia y el crimen - que las mujeres deben
mantenerse recluidas en su hogar, protegidas por varones, sometidas a una vida
opresiva para no sufrir el mismo castigo que han pagado con sus vidas las que
se atrevieron a desafiar el orden socialmente establecido para los sexos.
La
década neoliberal de los 90s daría popularidad a nuevas luchadoras, como Norma Plá, emblema de los derechos de
la Tercera Edad, y ya en el Siglo XXI, con la emergencia del nuevo movimiento
social que irrumpe hacia el "Argentinazo" de 2001 se constata que la
desocupación - por entonces elevada hasta índices desconocidos y alarmantes -
menoscabó severamente la autopercepción social masculina, lo que desde entonces
ha propiciado un categórico protagonismo de las mujeres en las luchas del
presente, fenómeno que viene generando desde multitudinarios Encuentros
Nacionales (como el que se reeditará durante el próximo mes de octubre en la
provincia del Chaco) hasta novedosas medidas de fuerza como un paro específico
del sector, pasando por contundentes movilizaciones bajo las consignas #Ni una
menos y #Vivas nos queremos .
Hacia una nueva
ofensiva popular que economice el sacrificio:
Quien da vida la
valora doblemente
Con la evolución del feminismo nace la necesidad de crear para dicha
lucha espacios solo de mujeres, algo que se ha cuestionado y se cuestiona en
muchas organizaciones. Sin embargo, este movimiento tradicionalmente se lo ha
planteado al revés: ¿Es posible acabar con el patriarcado diferenciándose entre
sexos?
Está claro que sólo las mujeres no podrían hacer la revolución para
acabar con el patriarcado, ya que este es muy poderoso, penetra en cada aspecto
de nuestra vida y en una transformación
social debe participar toda la sociedad, sin hacer ninguna diferencia.
Pero debemos cuestionarnos por qué la mayoría de los grupos que trabajan
en el movimiento feminista están compuestos mayoritariamente por mujeres.
Principalmente por el principio de autoorganización. Está claro que el oprimido
no se reúne con su opresor para tomar conciencia de su opresión y para decidir
las líneas de actuación contra el mismo.
Sería un contrasentido que fuera un hombre quien mostrara hasta qué
punto el género masculino, al que pertenece, está oprimiendo al femenino.
Además de constituir un paternalismo flagrante, es de suponer cuál podría ser
la reacción de cualquier mujer: Si alguien ha de clarificar el grado de
opresión que sufre, preferirá que sea una igual, entre otras cosas porque se
entenderán mejor y sentirán más cómodas cuando tengan la necesidad de
cuestionar a su opresor.
Los espacios no mixtos son espacios propios dónde la mujer se organiza contra
el mundo patriarcal que la oprime. Durante los años 70, con el feminismo
radical, tuvieron un gran crecimiento los grupos de autoayuda, dónde las
mujeres podían reunirse para encontrar apoyo mutuo y expresar su malestar y
preocupaciones, como por ejemplo perder el miedo a intervenir en la vida
política. El movimiento libertario considera superado este tema.
Actualmente, todavía existen desigualdades dentro de las organizaciones,
donde las mujeres aún no participan por igual (resulta curioso, por ejemplo,
que una iniciativa tan dinámica como la CTEP, adonde también se verifica un
mayoritario protagonismo femenino, aún no cuente con una Secretaría de la
Mujer), ya que no todos los valores del feminismo estás asumidos por los
hombres, e incluso se tiende a repartir tareas según el género, de ahí la
necesidad de crear grupos de trabajo mixtos al igual que trabajar el feminismo
con más regularidad.
Otro factor importante es la existencia de una contracultura femenina.
Romper con el patriarcado y construir un nuevo mundo implica reconocer unos
valores femeninos, hasta ahora ignorados, desprestigiados o explotados. Esta
contracultura se hace del todo necesaria ya que lo cuestiona todo.
En la lucha contra el patriarcado es necesario el cuestionamiento por
parte de los hombres de sus privilegios, y el trabajarse las masculinidades, es
decir, abordar cómo afecta el género masculino a los hombres y cómo eliminar
los roles de dominación, no interfiriendo en la lucha feminista sino
empatizando y apoyando esta lucha mediante su propia confrontación contra los
roles patriarcales.
Lo expresado hasta aquí permite concluir que reducir la lucha de
las mujeres por sus derechos a una búsqueda de equidad o igualdad legal es
verdaderamente utópico, en tanto sigan existiendo relaciones sociales de producción basadas en
la explotación y reproducción de valores basados en la opresión de las mujeres.
Lo realista, para quien decida luchar por la emancipación absoluta y definitiva
de todas las formas de opresión, es acabar con el modo de producción
capitalista que, como dijera Rosa
Luxemburgo, es un sistema de discriminación en la explotación (a lo que
podríamos añadirle, y de aprovechamiento sistemático de toda forma de
discriminación) Esa es la perspectiva por la que luchamos.
El autor de estas líneas escuchó recientemente a una colega
cineasta expresar en una mesa redonda sobre "Las mujeres en el cine
documental" (que por cierto, como en otros órdenes, hoy constituyen
mayoría de género en dicha labor) que - a su criterio -, si en la militancia de
los 70s hubiera habido más comandantas que comandantes, probablemente las bajas
del campo popular hubieran sido muchas menos. Pese a que tal hipótesis suene un
tanto contrafáctica, nos invita a conjeturar qué variantes superadoras aportará
la decisiva irrupción protagónica de las compañeras en la organización popular,
con miras a un eventual y más que probable clivaje social que vuelva a arrojar
al aire la taba del destino nacional.-
JORGE FALCONE
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