miércoles, 15 de abril de 2020


Prefigurando la post cuarentena
DE LA JUSTICIA SOCIAL
A LA JUSTICIA SOCIOAMBIENTAL














"Son los momentos de crisis los que ponen las manos en el fuego de quienes aspiran a ser revolucionarios. Los que desnudan las construcciones huérfanas, la pobreza política de las sectas, la mediocridad de los burócratas, las falsas ilusiones que promueven quienes formulan sus apuestas desconectados de los procesos populares, o sin tomarse el trabajo de estudiar la realidad.  Son los momentos de crisis los que determinan respetos y la posibilidad de ser escuchados, los que valorizan las construcciones sociales y políticas enraizadas, la capacidad de unir al pueblo, los liderazgos estudiosos, creativos y con las orejas abiertas para aprender y escuchar, la decisión de no confundir nuestros deseos con la realidad concreta a transformar. Seguramente después del coronavirus en muchos lugares del mundo los pueblos saldrán a ‘saldar las cuentas’. Por experiencia de lucha acumulada, Nuestramérica seguirá estando a la vanguardia".

Guillermo Cieza,
“Nuestramérica después de la pandemia”,
10 de abril de 2020.


Recuerdos del futuro

Pasaron las Pascuas, y un gobierno que se siente más cómodo ofreciendo la otra mejilla que desalojando a los mercaderes del templo, a fin de no adoptar medidas drásticas que desalienten a un empresariado impaciente por recuperar ganancias, acaba de anunciar una segunda fase de “cuarentena administrada” prácticamente hasta fines de abril, cuando todxs lxs sanitaristas coinciden en que el pico más alto de contagio por el COVID - 19 se producirá durante el mes de Mayo - sin considerar las consecuencias del “Viernes Negro” vivido por jubiladxs y pensionadxs, lo que aún está por verse - y la sociedad toda comienza a sospechar que no volverá a ocupar espacios públicos hasta pasado el invierno.

Para más datos, un inquietante informe originado en Harvard acaba de afirmar que para neutralizar al virus hará falta que se contagie por lo menos el 70% de la población mundial, lo que - siguiendo un cálculo lineal, y dada la cantidad actual de habitantes del planeta - insumiría unos 10 años, aunque se espera poder descubrir la vacuna que inmunice contra dicho flagelo bastante antes. Sin embargo, también se afirma que su capacidad de mutación haría que, aún quienes ya hubieran pasado por el contagio, podrían volver a contraer la enfermedad. Y, en su peor pronóstico, se agrega que la pandemia podría llegar a hacer sentir su impacto hasta 2022, perspectiva que, de tener asidero, modificaría sustancialmente nuestro modo de vida como en una distopía propia de la ciencia ficción. En tal circunstancia, habría que pensar que el posible reseteo global no descartaría solamente a los sectores más vulnerables de la humanidad (pobres y ancianxs), sino a países enteros (Haití, Siria, Albania) que desde hace tiempo carecen de Estados fuertes capaces de afrontar la crisis con planificación estratégica y unidad de mando. Pero, afortunadamente, ni la ciencia descansa ni es esa la única prospectiva en consideración.

Mientras la cantidad de decesos a causa de la pandemia en curso supera la cifra global del millón de personas, y los países más afectados privilegian ocuparse de los protocolos sanitarios de rigor por encima de las conjeturas acerca de su origen, una de las figuras que se ha sumado a la hipótesis más generalizada sobre el particular es Philip Giraldi, ex funcionario de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, quien no ha descartado que EE.UU. podría haber “creado” al temido virus, en colaboración con Israel, en un intento por interrumpir el crecimiento económico y el poder militar de China.

En contraposición a ese punto de vista, algunxs analistas adhieren a posturas como la sustentada por la investigación publicada en el Clinical Microbiology Reviews del año 2007, que  decía: “El rápido crecimiento económico en el sur de China ha llevado a una demanda creciente de proteínas animales, incluida la de animales de caza exóticos como las civetas; grandes cantidades de variedades de estos mamíferos salvajes en jaulas superpobladas y la falta de medidas de bioseguridad en los mercados permitieron el salto de este nuevo tipo de virus que pasan de animales a humanos y que entonces los estudios se empezaron a dar, casualmente, con los murciélagos, los hallazgos de que los murciélagos de herradura son un reservorio natural del virus similar al SARS y que las civetas son un anfitrión de la amplificación destacan la importancia de la vida silvestre y la bioseguridad en las granjas”. Allí también se planteaba que los animales salvajes padecían estrés cuando estaban en jaulas, lo que aumentaba el nivel de contagio, tanto por su orina, por sus heces o por su saliva, y que todas estas condiciones colocaban a la zona del sur de China como un lugar lógico para que se produjese lo que ahora se conoce como coronavirus.

Obviamente, si la anterior hipótesis fomenta la concepción belicista que propone una “guerra” contra el “enemigo invisible”, esta última se ubica más cerca de la necesidad de propender a una ética del cuidado. Lamentablemente, en nuestro medio parecería estar gravitando en mayor medida el primer camino.

La situación es de tal gravedad, ante la pérdida de empleo y los millones de desocupados que la cuarentena global generará, que incluso los economistas más liberales están pensando en un segundo New Deal (*) en el marco de esta gran crisis sistémica.

En las últimas horas, economistas que oportunamente acompañaron al Ministro José Ber Gelbard a partir del año 1973 han sostenido que, dada la gigantesca fuga de excedentes (capitales) de los últimos años, si no se preserva o “administra la recesión”, se le agregará la desorganización, desarmado y desaparición  de las estructuras productivas urbanas. Podrán subsistir las “actividades esenciales”, el agro, la alimentación, etc. Vale decir que, sin esa estrategia de preservación, el coronavirus habrá completado la destrucción del tejido industrial llevado a cabo sistemáticamente desde 1975 hasta nuestros días.

Lo que hemos construido en 45 años es una “economía para la deuda”: No podemos vivir sin producir y consumir al mismo tiempo. En ese modelo el agro, la minería, el petróleo, son actividades postuladas para pagar la deuda estructural. Es el modelo primario exportador y pagador. Pero con 40% de pobreza, ejército de trabajo en negro, la Administración Pública como seguro de desempleo carísimo, y la sombra de una enorme deuda social (4200 villas de emergencia, sólo por dar un ejemplo)

En semejante contexto, no cuesta demasiado comparar cuánto gravitan las decisiones del poder económico y cuánto las del gobierno. El del frigorífico quilmeño Penta sirve como caso - testigo de la desobediencia empresarial a la que se enfrentan las autoridades democráticamente electas: Un delegado de planta declaró en medio del acampe que se desarrolló en puerta de fábrica que una representación laboral fue recibida por la Intendenta Mayra Mendoza, quien  prometió que “hará lo posible por dialogar con los dueños de la fábrica para intentar que escuchen razones”. En tanto, el conflicto continúa irresuelto y, más allá de la desafectación de efectivos policiales intervinientes en los primeros escarceos, el accionar represivo también.

A esta altura del panorama descripto, preocupa conjeturar cuáles pueden ser las consecuencias que sufra un país con su economía diezmada por administraciones ineptas o decididamente canallas, en tanto se continúa pagando una deuda centenaria, odiosa e ilegítima, se vacila en gravar la renta improductiva, y se cubre la urgencia social con emisión de billetes: Quién parará las protestas que produzca en el futuro próximo la inexorable estanflación? Se espera que jueguen ese  rol las organizaciones sociales?? Acaso se prevé que aceptarán hacerlo???


Morderse la cola dentro del orden capitalista conduce a reiterar el fracaso

Las "ideas zombis" de las que habla el Premio Nobel de Economía Paul Krugman son postulados que han sido reiteradamente refutados y que sin embargo persisten, porque favorecen a una porción minoritaria pero poderosa de la sociedad. 

En el imaginario de vastos sectores progresistas anida la “idea zombi” de que la tensión a resolver en este momento de la Historia estaría dada entre capitalismo desregulado y capitalismo regulado. De hecho, el ex Vicepresidente boliviano Álvaro  García Linera definió al modelo que ensayara como “capitalismo andino amazónico”, y la Vicepresidenta argentina  Cristina Fernández de Kirchner ha  caracterizado al statu quo como “capitalismo anarquizado” y a su propuesta como “capitalismo en serio”.

Viene a cuento pues recordar que la política económica oficial abreva en las concepciones del mentor del ministro de dicha cartera, el también Premio Nobel Joseph Stiglitz, autor de un  flamante ensayo cuyo título no permite albergar  duda alguna: “Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar”.

Por su parte, el pensamiento crítico viene afirmando desde hace tiempo que en el Siglo XXI ya no basta con resolver la tensión entre capital y trabajo, como sostenía la teoría clásica, sino que corresponde afrontar la que vincula a capital, trabajo y naturaleza.

Hasta la fecha, la gestión de Alberto Fernández, propensa a ejercer una política  distribucionista que continúa apegada al paradigma extractivista (lo cual tiene uno de sus más claros ejemplos en la explotación vía fractura hidráulica o fracking del yacimiento de Vaca Muerta), le viene dando la espalda a la afligente realidad de un maltratado ecosistema, lo que refleja el remanente del más vetusto ideario de un peronismo que ha dejado de ser “el hecho maldito del país burgués” para convertirse en garante de la gobernabilidad demoliberal, echando en saco roto el valioso legado que el 16 de marzo de 1972 Juan Domingo Perón publicaba bajo el nombre de "Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo" (https://www.barilocheopina.com/noticias/2019/03/17/40339-una-carta-de-peron-que-pocos-peronistas-leyeron), texto en el que bregaba por un planeta libre de imperialismo colonizante, buscando alertar contra la creciente  contaminación.

A propósito de tan acuciante dilema, en su flamante ensayo “Una brújula en tiempos de crisis climática” (2020, Editorial Siglo Veintiuno), la socióloga Maristella Svampa y el abogado ambientalista Enrique Viale proponen pensar la salida a la crisis civilizatoria en curso a través de un pacto ecosocial y económico de carácter global. Ojalá tanto nuestra clase política como buena parte de la militancia no persistan en la ceguera epistémica que supone ignorar planteos de semejante trascendencia.-


(*) New Deal es el nombre dado por el presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt a su política proteccionista puesta en marcha para luchar contra los efectos de la Gran Depresión de 1929 ocurrida en su país.


JORGE FALCONE

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