EL RUGBY COMO CHIVO EXPIATORIO
DEL ORDEN PATRIARCAL
A fines del año 2018 el multimedio Resumen
Latinoamericano publicó el primer volumen de su Colección Cuadernos de
Formación bajo el nombre de “Prisioneros de esta democracia”. El breve ensayo
de Roberto Perdía lleva un título francamente perturbador: Porqué pensar que un
modelo de organización político y social al que en buena parte de Occidente el
sentido común considera “el mejor de los sistemas posible” podría tenernos
cautivos de algún modo, y - en tal caso - cuál sería
el método utilizado para ocultar esa falta de libertad. Sobre el primer
interrogante discurre holgadamente el texto en cuestión, y sobre el trajinado
rol de los mass media en la
construcción de nuestro presente cotidiano - aquello que aceptamos como la “realidad”
- lo haremos escuetamente nosotros, tomando como caso testigo el del joven
linchado recientemente en la peatonal de Villa Gesell por una manada de varones
(que, entre otras actividades… practicaban rugby)
"A ver si nos volvés a pegar, negro de mierda".
Declaración del testigo clave
y amigo sobreviviente de la reciente golpiza
propinada al joven Báez Sosa
"A ver si nos volvés a pegar, negro de mierda".
Declaración del testigo clave
y amigo sobreviviente de la reciente golpiza
propinada al joven Báez Sosa
No encierra novedad alguna que el Gran País
del Norte se ufana de ser la meca de la democracia universal, y desde dicha convicción
ejerce impunemente el rol de gendarme global sobre quien saque los pies del plato
de su noción del deber ser. Así justifica tanto la oportuna invasión a Irak
como la más próxima ejecución de un alto mando militar iraní. El eco que la caja de resonancia mediática otorga a tales hechos minimiza trascendidos
posteriores de igual o mayor importancia, como que la primera acción se
justificó difundiendo la especie de que en aquella nación de Medio Oriente se
venían fabricando armas de destrucción masiva, o que en el segundo caso se
tramaba atentar contra la embajada norteamericana. Cualquier lector/a sagaz
deducirá porqué ambas desmentidas - la primera producida por el propio
presidente George Bush Jr. tras el
ahorcamiento de Saddam Hussein, y la
segunda por el Pentágono al cabo del asesinato del General Qassem Soleimani - en ningún momento ocuparon la primera plana de
ningún medio ni impulsaron juicio político alguno contra las usinas
propaladoras de tamañas fake news.
Tal como puede imaginarse, el descrédito
general de las democracias representativas crece tanto en el Viejo como en el
Nuevo Continente, cuyo ejemplo más didáctico interpela a nuestro país desde el
otro lado de la cordillera, toda vez que en dicha latitud se alza un clamor
silenciado a lo largo de tres décadas, que hoy demanda Asamblea Constituyente y
democracia directa, mientras el régimen que durante los últimos años vino
siendo la “niña bonita” del orden neoliberal ahoga indisimulablemente en sangre
dicha exigencia en nombre de una gobernabilidad que ya no admite más liftings.
Hasta aquí, unas pocas referencias a la
macropolítica, citadas a los efectos de desalienar desde una mirada holística
los hechos que nos atraviesan. Pero en esta nota pretendemos discurrir sobre la
micropolítica de la vida cotidiana.
Yendo nuevamente desde lo distante a lo más
próximo, cabe preguntarnos hasta cuándo la sociedad estadounidense - desenmascarada
una y otra vez en referencia a la paranoia contra lo diferente que fomentan sus
autoridades, y las violentas consecuencias que ello acarrea, denunciadas una y
otra vez por testimonios tan esclarecedores como el documental “Bowling for
Columbine” de Michael Moore - se permitirá
reaccionar con perplejidad ante esos francotiradores ocasionales que en un
entorno tan desalentador tocan fondo y, consiguiendo el armamento más
sofisticado a la vuelta de cualquier esquina, se cargan a un puñado de
semejantes en algún espacio público. Lo que sigue siempre es la interpretación
de conspicuos cientistas sociales. En nuestro medio, ahora mismo están ocupando el prime time de los programas informativos de canales de distinto
perfil político.
En estos días, el inefable Alfredo Leuco - converso que, según las
malas lenguas, supo profesar ideas más nobles en su mocedad - montó el
simulacro de analizar con una siquiatra el penoso incidente que en un populoso
balneario de la Costa Atlántica se cobró
la vida del joven Fernando Báez Sosa, quien alguna vez supo desarrollar tareas solidarias en un barrio de Marcos Paz.
Las opiniones de la profesional, celebradas
por el citado periodista, consistieron en 1) describir el efecto desestabilizador del cambio hormonal en los adolescentes, 2) apuntar contra el expendio
ilimitado de alcohol y la libre circulación de sicofármacos en los boliches de
moda, y 3) señalar que, tanto la nueva longevidad consecuente de una innovación
tecnológica que estira la “juventud” de los adultos mayores, como la
proliferación de divorcios y hogares uniparentales, ha modificado el orden
vertical de nuestra sociedad horizontalizándolo al punto de la total inexistencia
de autoridad en quienes deberían marcar pautas de conducta en el ámbito
hogareño.
Tales afirmaciones, de corte mayormente
biologicista y retrógrado, son las que abundan a la hora de interpretar los
ejemplos aludidos, ya sea que ocurran al norte o al sur del Río Bravo. Citando
al malogrado trovador argentino Facundo
Cabral, digamos que “confunden la luna con el dedo que la señala”. Porque
resulta evidente que “todos los caminos conducen a Roma”, y que esa capital hoy
no es otra que un sistema capitalista global y salvaje que en su afán de
acumulación de unxs pocxs en detrimento de lxs muchxs ya no consigue ofrecer un rostro humano.
En consecuencia, el "lobo solitario" de allá y la jauría que atacó al joven de acá, son fruto de la más flagrante
ausencia de horizontes expectables para sucesivas generaciones de pibes
tempranamente frustrados y de la sistemática capitulación de una clase dirigente
responsable de que la juventud siempre sea el futuro pero nunca el presente, y
de que nuestro alimento televisivo cotidiano sean padres o madres desgarrados
por un dolor inenarrable, rogando en obsceno primer plano que el sacrificio de
cada uno de sus hijes sea el último que ocurra.
Resumiendo, el de Gesell también es un crimen
tributario de un sistema feroz, cuya naturaleza individualista y competitiva
bestializa a quien no es capaz de filtrar el canto de sirena que reclama
nominar al semejante como en Gran Hermano y prevalecer a como dé lugar en la
cima de la pirámide social. Y aquí, su cómplice - siempre naturalizado,
invisibilizado o absuelto - no ha sido ningún deporte, por agresivo que se lo muestre,
sino ese patriarcado responsable de la producción industrial de machos alfa
dispuestos a demostrar en su entorno inmediato "quién la tiene más larga" y es,
por ende, el patrón de la vereda. De desenmascarar y enfrentar drásticamente
dicho flagelo sí deben ocuparse desde los políticos, pasando por los educadores
y los medios, hasta los padres y madres.
A la hora de abordar hechos semejantes
resulta ineludible apelar a la figura de un País Cronos, capaz de devorar a
sus hijes para que su sangre oficie ya como combustible de un Boleto
Estudiantil Secundario, como del derecho a escuchar a la banda predilecta en
condiciones mínimas de seguridad, o de vacacionar en playas protegidas por la
vigilancia del Estado, y del concurso siempre necesario de una projimidad hoy en
baja, que más que registrar la tragedia para viralizarla en las redes tienda
una mano o, si eso fuera mucho pedir, al menos ofrezca una señal de alarma.-
JORGE
FALCONE
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