martes, 23 de junio de 2020


CORONAVICENTIN O EL ARTE 
DE RETROCEDER EN CHANCLETAS

















A estas horas el medio pelo argento con veleidad de runner experimenta la paranoia de volver a la Fase 1 de la cuarentena, mientras los medios oficialistas  lo miman recordando el síndrome de la trinchera, lo que durante las grandes guerras del Siglo XX supuso no aguantar la espera en el puesto de combate y lanzarse inconsultamente hacia el frente para caer finalmente abatido por el enemigo.

En efecto, un gobierno ni chicha ni limonada que prometió “no pagar la deuda con el hambre de lxs argentinxs” cada vez hace mayores concesiones a los acreedores en una negociación absolutamente blindada a la consideración de la opinión pública, recula - corrido por un juez de provincia cómplice de la empresa  - respecto a la amenaza de expropiar sin cortapisas a una firma monopólica y fraudulenta, cede a la claustrofobia de la pequeña burguesía consumidora flexibilizando el protocolo sanitario… para terminar arrepintiéndose ante nuevos picos alarmantes de contagio.

¿Será que el complejo escenario que le toca afrontar genera la tentación de soltar la rienda del caballo encabritado de la realidad y culminar este mandato sin hacer olas, pateando el pago de la deuda para el gobierno que asuma en 2023, a riesgo de que sea el de la ceocracia depredadora reloaded?

Recapitulando: Si desde la asunción de Alberto Fernández algún anuncio oficial obtuvo repercusión favorable en los sectores populares, ese fue el correspondiente a la justificadísima intervención/expropiación de la firma Vicentin SAIC, que resume la historia del gran capital saqueador de la riqueza nacional, decisión tomada a las apuradas, sin estudiar en detalle el tema ni construir consensos previos. 

Si lo vamos a hacer, lo vamos a hacer bien”, fue la frase que el popular capocómico Alberto Olmedo consagró durante los años 80.

A propósito de ello, el 4 de febrero de 1955, meses antes de que la restauración oligárquica asaltara al gobierno democrático del Gral. Perón, se expropiaba el Grupo Bemberg (dueño de lo que luego sería la Cervecería Quilmes) Acaso la nacionalización de esta empresa haya sido la decisión más importante llevada adelante por gobierno alguno contra un monopolio empresario en la Argentina.

El Grupo Vicentin se desarrolló a partir del crack de los años 30. La dictadura del Gral. Onganía le ofreció la primera ayuda del Estado para explotación de algodón y ganado. En poco tiempo se convirtió en la principal agroexportadora argentina, que en su balance de 2018 llegó a ganar 30.000 millones de pesos de utilidad neta. Cabe destacar que durante la última dictadura oligárquico-militar genocida, dicha empresa  propició el encarcelamiento y tortura de 22 miembros de su personal, 17 de ellos delegados. En 1979 se le otorgó el Puerto de Ricardone. En 1982, Domingo Cavallo estatizó la deuda privada y condonó a Vicentin 22 millones de dólares. Entre 2003 y 2015 ganó 30 millones de dólares por año. En 2019, con la complicidad del macrismo, recibió 36 créditos antes de declararse en cesación de pago, lo que constituye un palmario ejemplo de corrupción aún impune.

Renova es el nombre de la empresa donde se asociaron (50% cada una)  Vicentin y Glencore, la empresa suiza que lidera el negocio mundial de los alimentos. Poseen plantas en las proximidades de Rosario. En San Lorenzo produce biodiesel, rubro en el que lidera el mercado mundial. En Timbués tiene sus moliendas de soja. A fines del año pasado, Vicentin le vendió a Glencore el 16,7% de las acciones, llevando su paquete al 66,7%. Es bueno recordar que la facturación total de Glencore es la mitad del PBI argentino. En nuestro país explota, desde 1997, la mina Bajo La Alumbrera. Desde las proximidades del gobierno se afirma que el  plan de Glencore es comprar el paquete accionario restante de la planta de molienda de soja Renova. La situación de Glencore, de no solucionarse amigablemente, puede terminar en el Tribunal del CIADI, que regularmente falla en contra de nuestro país.

El gobierno nacional, carente de programa conocido de largo plazo, procuró hacer de esta iniciativa una causa digna de la que en 2008 supuso la 125, enarbolando livianamente la bandera de la soberanía alimentaria, cuando tomar el tema en serio supondría cuanto menos revisar la matriz productiva extractivista establecida desde 1996, cuando el hoy Canciller Solá era Ministro de Agricultura de Carlos Saúl Menem.

Si se hubiera puesto el eje de la presión estatal en la quiebra de la empresa, ello hubiera permitido transformarla rápidamente, de la mano de los créditos laborales,  en una empresa social en el marco de las empresas recuperadas. Ello también facilitaría una superior autonomía futura y una independencia mayor respecto de los bancos privados nacionales y extranjeros, que de lo contrario seguirán apretando el cinto en torno al futuro de este grupo, al margen de quien tenga su gestión. El crédito de la banca estatal se podía garantizar con la propia evolución de la empresa, con gestión estatal y participación de los sectores productivo y laboral.

Avanzar en esa dirección es prerrogativa indelegable de un Estado nacional dispuesto a velar por los intereses de la Patria y dispuesto a dar una solución justa a las 30.000 familias afectadas que hoy esperan  respuesta.-


JORGE FALCONE

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